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NOMBRE Y DESTINO

Fuente: Zuleyka Franco | Revista Personae

“El nombre deviene la traza escrita de la encrucijada del deseo de los padres”, Juan Eduardo Tesone

La elección de un nombre precede a la llegada del niño. El hijo es primero soñado, deseado, hablado, proyectado por la pareja a punto de convertirse en padre y madre. También en el nombre elegido está presente el acróstico encriptado del grupo: ¿Qué se lee, aunque diga otra cosa?, ¿Qué sonidos, letras, resonancias se reiteran, se espejean, se esconden? 

Cuando nos queremos (o podemos) dar cuenta, ya tenemos un nombre impuesto. Hay quienes más tarde se agregan sobrenombres o se lo cambian cuando se relacionan con otras personas fuera de la familia para hacerse de una nueva identidad “social” o invierten el orden y usan el segundo como primero, o eligen un apócope o diminutivo. Pero la cuestión de base es la que tenemos inscripta en nuestros documentos: el acta de nacimiento existe si lleva un nombre. 

Los nombres resuenan en cada uno a partir de asociaciones personales, biográficas e históricas…

Entre los esquimales hay una bellísima tradición de diálogo entre madre e hijo para decidir el nombre del bebe: al nacer su hijo, la madre le sopla en los oídos varios nombres y observa la reacción del niño, sus movimientos, su actitud (si llora, si se duerme, si juega) e interpreta cuál es el más adecuado, el que elige o rechaza.  Entre los dos determinan ese contrato.

Enfrentar con inteligencia y personalidad los avatares de nuestro nombre: re-conocernos, hacer que sea nuestro nombre, no porque nos lo hayan impuesto, sino porque lo hacemos propio, individual, consciente.

Merece la pena insistir una vez más: hay un inconsciente individual que se entreteje con un inconsciente transgeneracional.  Sentimos, reconocemos, percibimos, interpretamos la realidad, elegimos una actividad o vocación, optamos por la maternidad o no, deseamos viajar o permanecer sedentarios, enfermamos de una u otra dolencia según los mandatos sanguíneos (además de la libertad para elegir y lo adquirido socialmente siempre está el peso de los antepasados).  Y somos junto con nuestro nombre un todo con la historia que nos precede.

Para no repetir el drama de Romeo y Julieta (dos jóvenes enamorados que, a pesar de la oposición de sus familias, rivales entre sí, deciden casarse de forma clandestina y vivir juntos; sin embargo, la presión de esa rivalidad y una serie de fatalidades conducen a que la pareja elija el suicidio antes que vivir separados), debemos dotar nuestro propio nombre de sonido/sentido propio, actualizar la subjetividad y borrar los ecos mortíferos que puedan haber dejado raíces. Sanar nuestra rama del árbol, augura mejores frutos a las generaciones venideras.

La asignación de un nombre es el primer regalo que le hacemos a nuestro descendiente…

¿Es muy importante el nombre que le ponemos a nuestros hijos?

Les aseguro que sí, que es sumamente importante y significativo, pues como se podrán imaginar, tarde o temprano el niño se reconoce a sí mismo con el nombre que le hemos dado, y al mismo tiempo comienza a preguntarse ¿Por qué me habrán puesto este nombre?

En la mayoría de los casos el nombre es la repetición del nombre de un antepasado querido por los padres, es algo así como un volver a tener a ese familiar o una forma simbólica de tener a nuestros antepasados siempre presentes.

Cada nombre trae consigo la historia de la persona a la cual se está evocando. Historia que no siempre es feliz, pues muchas veces contiene sucesos trágicos como las violaciones, los suicidios, las muertes por accidente, la prisión, etc. Y este nombre cargado de esos significados, poco a poco va invadiendo la vida del niño al cual se lo ponen.

No es lo mismo que le pongamos a nuestra hija el nombre de nuestra amada madre, que el nombre de una amante a la cual no podemos olvidar, pues en este segundo caso la niña sentirá distorsionada la relación con su padre y toda su vida será como una segunda novia de él. Y en el caso de que haya sido la madre quien le da a su hijo el nombre del padre de ella, eso llevará a que el niño sienta durante toda su vida el deseo de imitar a su antepasado y al mismo tiempo detestarlo pues se trata de un rival imposible de vencer.

Si a las niñas les ponemos nombres con fuerte significado como Santa, Pura, Encarnación, Inmaculada esto puede llevarlas a padecer problemas sexuales, los Napoleones o Hernán, sentirán un fuerte impulso a la conquista, los Máximo o Maximiliano siempre buscarán destacarse del resto, etc.

A veces se llama Inocencio al descendiente de alguien que fue juzgado y encarcelado injustamente, otras veces se elige el nombre René (nombre que viene del latín Renatus que significa renacido). Si una mujer que no ha podido superar su complejo de Electra (en psicología, complejo por el que una mujer, durante su niñez, manifiesta amor por su padre y rivalidad hacia su madre), se casa con un hombre que tiene el mismo nombre que su padre, esto puede provocar fuertes conflictos inconscientes en su hijo varón (con el mismo nombre) ya que no sabrá si sentirse hijo de su padre o hijo de su abuelo en cuyo caso su madre se convierte en su hermana y esto le provocará problemas de madurez.

En ocasiones los nombres son considerados simplemente “los nombres de moda”, pues coinciden con los de estrellas de cine o televisión, y esto se constituye luego en una fuerte invitación a buscar la fama o el talento artístico, con la consiguiente frustración si el niño no tiene aptitudes para ello.

Los nombres y apodos diminutivos son también muy frecuentes: Nena, Bebe, Juancito, Robertito, Rosita, Junior, etc. y esta es la forma más simple para fijar para siempre en la inmadurez a una persona que solo podrá superarlo cuando tome consciencia de lo que le sucede o se cambie el nombre.

La idea no es cambiarse el apellido, pero sí descubrir la densidad asfixiante bajo la letra, restaurar las heridas de la mejor manera, y si es necesario “volver a bautizarse”, bienvenido el renacimiento del nombre propio y del apellido.

“La facultad de la memoria no puede separarse de la imaginación, van de la mano en mayor o menor medida; Todos inventamos nuestro pasado”. SIRI HUSTVEDT