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METERSE EN LA PIEL DEL OTRO: EMPATÍA

Fuente: Karla Aparicio | Revista Personae

¿Verdad que has tenido la sensación, muchísimas veces, de hablar con alguien y sentir que no quiere escucharte a ti, más bien quiere que acabes para contestarte contándote lo suyo, o con su biografía, diciendo lo que hizo en una situación similar? O te interrumpe diciendo algo así como: “al menos tú sí”, o “a mí me pasó”, o “ya verás cómo”. Peor aún, ¿te ha pasado que si siquiera te escucha? ¿que ni siquiera está con su mente ahí y te interrumpe en cuanto tiene oportunidad, para exponer su tema que no tenía nada que ver con el que tú estabas compartiendo? Cuando lo único que tu querías, era ser escuchado.

¿Con qué sensación te quedas?

Hace unos cuantos días vino Ana a platicar a mi casa. Ella es una persona muy especial y muy querida, fue un gran apoyo en la época en la que era empresaria incansable; era como mis otros ojos, mis antenas, mis oídos y además (y lo sigue siendo), mi gran amiga. Hacía tiempo que no nos veíamos, pero el cariño y la comunicación han estado intactos. Hoy está pasando por tiempos duros: los duelos, las cargas y las responsabilidades la alcanzaron. Sobre la mesa y con unas copas de vino abrió su corazón y me compartió cómo se sentía. Después de compartirle y actualizarla sobre mi estado -una de sus grandes cualidades es que sabe, sin haberlo estudiado, ser empática; lo es por naturaleza- me comparte sus experiencias, lágrimas, abrazos y penas que no tenían fin. Al sentir su sentir, lo único que quería era ayudarla en cada abrazo a encontrar la salida, así que mi mente no dejaba de buscar cómo podría rescatarla. No me hace bien verla sufrir. Dejé de enfocarme en ella buscando soluciones. “Nos dieron las diez, las once, las doce y las tres”, nos despedimos con mucho cariño. Pero yo me quedé en sus zapatos, quería protegerla y que mejoraran las cosas.

Un par de días después tuvimos el honor de recibir en mi ciudad a Miguel Llausas, coach en desarrollo emocional, otro gran amigo de su servidora, quien me invitó a su oportuno y beneficioso taller de gestión emocional. Obviamente, gustosa asistí, y es que continuamente se aprende con él. En el taller aprendimos a hacer un mapa de nuestras emociones, muy útil. Este consiste en saber identificar las situaciones que nos quitan la paz para llevarlas de la mejor manera. Cerramos tocando el tema al que quiero llegar, y por el que quiero compartir con ustedes mis pensamientos:

La diferencia entre ser empático y ser simpático. ¡Fue interesantísimo, les juro! Hicimos un ejercicio con otro de los compañeros del taller, que no conocíamos, en el que nos sentamos frente a frente, y en 5 minutos teníamos que compartir algún problema personal. El que escuchaba no podía dar opinión alguna, solo podía oír o preguntar nada más que sobre el tema. Al finalizar el ejercicio, retroalimentamos lo ocurrido junto a todo el grupo, y a todos nos ocurrió algo mágico: todos abrimos nuestro corazón y lo más maravilloso es que conectamos, aún sin conocernos, y lo que la otra persona estaba pasando nos espejeaba, es decir, lo estábamos viviendo o lo habíamos vivido.

Fuimos escuchados y escuchamos, fuimos comprendidos y comprendimos, no nos juzgaron ni juzgamos; salimos todos felices y en paz. En verdad: fue algo como “descarga de las cargas”. Al final es lo que todos necesitamos.

SIMPATÍA VS. EMPATÍA

Me quedé de a mil. Yo no conocía la diferencia entre simpatía y empatía; es más, no tenía ni idea. Cuando alguien acudía a mí y abría su corazón contándome sus penas, inmediatamente quería ver cómo ayudar, o qué haría yo en su situación… Creo que eso es normal, querer ayudar, pero ¡NOOOOO! eso está FATAL.

Así no es la cosa, porque eso lo convierte en simpatía y la simpatía aleja, no conecta.

Salí del taller con la piedrita en el zapato, así que me apliqué a investigar más sobre el tema.

Encontré esta tablita que me dejó muy claras las diferencias entre empatía y simpatía:

La empatía nos permite establecer vínculos más sólidos y positivos con los demás.

Para que quede más claro: cuando Ana me compartió su dolor, si yo hubiera conectado primero conmigo para poder conectar desde el corazón con ella, y solo le hubiese escuchado para comprenderla (no para responder, que es muy distinto) hubiera sido empática. Pero lo que hice fue ser simpática, recomendándole lo que yo haría en su situación; ¡hasta le tenía cita con psicólogo, entrevistas de trabajo, etc!, Ahí yo ya me había ido al plano intelectual, no estaba conectando con el alma: escuchaba las palabras, no los sentimientos. Estaba enfocada en buscar soluciones. Debí solo conectar con las miradas, guardar silencio y agradecerle de corazón haberme compartido sus vivencias. Podría haberle dicho: “realmente no sé qué decirte, pero me alegra que me lo hayas contado” y abrazarla.

CONECTAR:

Con muy buena intención aconsejamos a otras personas sobre qué hacer basándonos en qué haríamos nosotros en esa situación y la cosa no es así:

-Primero, quizá, la otra persona no quiere recibir en este momento un consejo.

-Segundo, estamos diciéndole lo que NOSOTROS haríamos con nuestras circunstancias, no lo que la otra persona puede hacer con las suyas. Y esta es una diferencia abismal.

Por lo general entendemos como empatía “lo que yo haría en tu situación”. Pero ser verdaderamente empático no es “lo que yo haría en tu lugar”, sino “lo que yo haría o cómo me sentiría en tu situación, si yo fuera tú”. Es ponerse en el lugar del otro, pero con sus circunstancias, con sus limitaciones, con su experiencia, con su visión del mundo, con sus valores… Como se dice muchas veces, “ponerse en sus zapatos” o, para que se entienda mejor, podríamos decir “meternos en su piel”. Y conectar con respeto, humildad, silencio, observación, mirando a los ojos, respirando juntos y comprendiendo al otro con sus condiciones y limitaciones. Eso es estar disponible.

La empatía es una elección, primero hay que volverse vulnerable para conectar, para reconocer ese sentimiento en el otro. Rara vez una respuesta empática comienza con: “Al menos tú sí…”. Si te comparten algo doloroso, mejor responder algo como: “Realmente no sé qué decir, pero me alegra que me lo hayas contado”. Es raro que una respuesta nos haga sentir mejor, pero lo que sí nos hace sentir mejor es la conexión.

Nadie murió ni se deshidrató llorando. Cuando alguien llora, hay que dejar que lo haga, no hay que interrumpir. Mejor no hablemos y solo conectemos.

Es hermoso cuando te escuchan y te abrazan, con esos abrazos que llenan el alma…

Hoy más que nunca tenemos que ser empáticos en este mundo.

Y a mi amiga Ana, prometo que en nuestro próximo encuentro conectaré con tu presencia, seré más empática y menos simpática, y respiraremos juntas. Disculpa mi ignorancia… Ya estoy en el camino.

Con KA-riño

Karla Aparicio